viernes, 2 de julio de 2010

CAMBOYA


Dejamos Laos con la sensación de haberle dedicado menos tiempo del que merecía. Que el sentimiento de inferioridad con sus naciones vecinas (Vietnam, con su costa y su bélica historia y Camboya con sus templos de Angkor y Lara Croft) es meramente económico y del todo injustificado y que sus habitantes han sabido tratar a los visitantes con cordialidad y aceptando los consejos para conservar su medio natural como fuente de su mayor riqueza. Sí, nos parece que Laos es uno de los países a los que algún día nos apetecerá volver. 


Ahora nuevas fronteras aguardan y de nuevo la policracia metiendo la mano al bolsillo ajeno siempre que puede. En realidad este paso fronterizo no es del todo oficial...(cosa incomprensible) y de eso también sacan partido. Tienes que pagar por salir del país (¿?), tienes que pagar por entrar en el otro, primero por la prueba sanitaria (esta vez nos revelamos, le enseñamos el carnet de vacunas y le dije que su prueba: un termómetro infantil, carecía de valor médico).
Para lo poco que ha servido el alarmismo de la gripe aviar es para que los policastros fronterizos lleven a casa pollo pa'cenar. Después toca la visa de entrada, que si no llevas fotos de carnet te cobran más, pero no por ello te sacan las fotos (yo insistí, tenía el día algo mosca, en preguntar para qué pagaba entonces y el oficial me sacó una foto con su móvil.... de risa), luego a pagar un extra, en otro puestucho con otros 4 oficiales más (para no ser la frontera oficial sí que tienen gente empleada), por ser fin de semana y por el estampado del sello sobre el visado recién adquirido... uf, casi se desvara el bolsillo de tanto sacar la cartera.

Pues nada, con la maleta a cuestas cruzando los quinientos metros que separan Laos de Camboya. Una de las cosas que más satisfacción te pueden dar en un viaje de largo recorrido como éste, es haber elegido bien el “equipamiento”, y la verdad es que agradecemos nuestros trollers convertibles en mochila, o viceversa, que han evitado grandes castigos a nuestras dorsales.

Parada para unos temtenpiés y refrigerios... ¿a quién le apetece unos grillos fritos? El negocio da “perras gordas”

Nosotros más bien optamos por un suculento Jackfruit, otra de las frutas que nos apasionan. El problema es que es algo engorrosa de transportar: mucha cáscara para el ramillete carnal que nos enseña la señora.

Llegamos a Siem Riep, base para entrar en la mÍtica ciudad de Angkor, que en realidad son muchas ciudades imperiales contruidas en diferentes periodos (del s.VI al VIII principalmente). Esta puerta marca la entrada de la más grande de ellas. Siglos de historia petrificada nos contemplan atravesarla mostrando una condescendiente mirada.

La ruina es poesía y la luz su aderezo más romántico.

Puerta, columna y templo. Asombro y reverencia.

Nuestra primera puesta de sol nos brindó celestiales colores rascados por majestuosas torres. Ana en plena ascención de este ejemplo de templo-montaña.

Ancestrales Leones aullan a la llegada de la luna.

5:00am. La bruma huye y se lleva nuestra sobada con ella. Entramos en el más emblemático de los recintos: Angkor Wat.

Los diseños arquitectónicos son de dimensiones urbanísticas. Los templos están rodeados de fosos y piscinas que embrujan, aún más si cabe, el amanecer.

Límites confusos entre vida y piedra sobre la papilla primordial.

Éste es un ejemplo muy bien conservado de las bibliotecas (siempre en edificios independientes y simétricas) que se pueden ver dentro de cada templo.

Dos muchachas que pasaban por allí: apsaras, que representan a las danzarinas celestiales que marcaron la creación del mundo, esenciales en toda la iconografía hinduista.

Nos perdonarán tanta monumentalidad, pero la ocasión lo requiere.

Por si se les olvida, no se suban al retrete. Es necesario ponerlo ya que es uno de los pocos baños que no es tipo letrina. Aún así, no recomendaría apoyar las posaderas.

Entrando a uno de los templos más deteriorados pero no por ello menos interesante. Fue elegido para ser conservado tal y como lo encontraron los primeros exploradores que en el siglo XIV redescubrieron este lugar. Todo un acierto... es espectacular.

Raíces que doblegan muros pero que, a la vez, los sostienen. Subrayan aún más el carácter solemne del lugar.

Una invasión silenciosa, una batalla de la naturaleza por recuperar su espacio.

De nuevo columnas con apsaras, que nos indican que ésta es una de las salas más sagradas del templo: la del baile (eso sí que es una buena doctrina).

Rodeando un altar en el centro de este laberinto ordenado. Símbolo de la fuerza femenina encarnada en Vishnu. Un ejemplo de la fascinante coherencia mitológica del hinduismo. Sobre este pedestal iría una linga, simbolo de Shiva, lo masculino. La veneración se realiza vertiendo agua (vida) sobre la linga que resbala por el fálico elemento hasta llegar al altar que, al llenarse, la vierte a través de un acanalamiento.... y ya tenemos agua consagrada!

En nuestro rickshaw recorriendo los kilómetros de polvo y calor que separan unos recintos de otros y con los lichis (el mejor aperitivo) a mano.

De nuevo la moto con su infinitud de posibildades. No hay nada a lo que se le pueda sacar más partido ni mejor inversión para el “asiático medio”.

Ana soportando la historia.

Entrada al templo de las mujeres (nombre coloquial debido a su reducido tamaño y sus delicadas tallas). ¿Qué decir? Hermoso.

De apasionado color rojo.

Renzo, mientras lee sobre detalles ornamentales, es cazado por la cámara de furtivos orientales... por un momento me sentí monumento, jaja. De nuevo nos tuvimos que retratar junto a estos turístas que nos consideraban la parte extrambótica de la visita.

Detalle que da hambre.

No hemos hablado de la realidad más importante que rodea Angkor: la explotación infantil tan desmesurada que existe. Los padres, conscientes de que sus hijos son más productivos por infundir más lástima, los tienen de sol a sol ( y pega fuerte) vendiendo suvenires varios. Por supuesto, vender está mejor que la mendicidad y ocasionalmente compras algo a sabiendas de que cuanto más dinero consiga el niño, más posibilidades de que siga encadenado a la calle. Aquí, tras mucho guineo, regalándole a la niña la pulsera que nos vendió con la inútil promesa de que no la revendiera.

Banyon, el templo de las mil caras... o casi.

Todas te miran con plácida expresión poscoital.

En el puente, lluvia sobre los guerreros que tiran de la serpiente primordial. Significa que estamos entrando en terreno divino.

Mango-sting. De todas, nuestra fruta tropical preferida. Rebosa de cítrica carnalidad afrodisíaca... vamos, al menos para mí.

Dicen que te vas... dicen que te vas... pero nunca lleeeegas, dicen que te vas.... Así, con música de Los Gofiones, podríamos definir nuestras aventuras guagüeras. Mirando ensimismados el componente que, en plena ruta hacia Phnom Phen, decidió apearse del bus: nada menos que el axis del eje.

Pues nada, ponemos el triángulo (verde y de madera) para evitar accidentes (¿?) y a esperar los refuerzos (esta vez no íbamos con mecánico en la tripulación... aún así no hubiera servido de nada).

A la guagua que vino a recogernos se le rompió, no una, no dos, sino tres veces la correa de trasmisión... aquí haciendo chapucillas con correas más quemadas que la pipa de un hippie.

Menos mal que fuimos en servicio VIP. Sin aire acondicionado y teniendo que tapar sobre nuestras cabezas, las junturas con cinta adhesiva para evitar el tránsito de minicucarachas.

Elefante en las calles de Phnom Phen. Una alegre y particular estampa.

La capital de Camboya es realmente un estado aparte que no tiene nada que ver con el resto del país. El nivel que se intuye es bastante elevado. Esta es la vista nocturna del palacio real (sí, como lo oyen, un país comunista con realeza!) en los márgenes del Mekong. Tomamos la foto tras un memorable papeo-festín en el restaurante español del lugar ( Casa Pacharán, ¿qué alegría!). Nos sorprendió su calidad.

No es braile pero podría leerse con las yemas... de hecho, vamos a entender lo mismo.

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