domingo, 21 de marzo de 2010

BITÁCORA TRIMESTRAL



Llegando al meridiano de nuestra particular odisea, podemos reflexionar acerca de las implicaciones que un viaje de estas características proporciona. Por supuesto, no todos los días son soleados e intensos (como parece). Hay lluvia, días en los que no te queda más remedio que no salir del coche, kilómetros inexpresivos y paisajes inermes que a fuerza de repetirse ya no suscitan respuesta alguna... A medida que un viaje deja de ser unas vacaciones, éste se somete a los mismos imperativos estadísticos que el resto de tu vida: días normales en su mayoría, especialmente interesantes algunos (ni que decir tiene que el hecho de cambiar de lugar frecuentemente hace aumentar su proporción) y malos otros pocos. Nosotros intentamos, como creemos que debería ser en la rutina diaria, sacar de cada día una aportación, a poder ser, positiva.


Hemos conocido a gente, menos de la que nos gustaría y de la que, en principio, esperábamos, pero nuestros encuentros esporádicos los valoramos especialmente. Por un lado, porque estamos predispuestos a “encontrar” y por otro, porque nos saca de nuestra burbuja parejil. Pero tampoco tenemos 20 años y cualquier cosa nos vale.
El empecinamiento de Roger porque nos quedáramos en el jardín (con la caravana) de su casita rural cerca de Helensville (NZ) y comiéramos costillas de madrugada. La desbordante hospitalidad del Sr. Wallace con su Queen Size Bed y su Kayak. La cosmopolita reunión en un perdido pueblo de la costa con suecos, argentinas, un par de maoríes y un californiano orientaloide de anfitrión invitando a bourbon de oferta con la aquiescencia de su jefe, el dueño del local. Roland, el alemán,con su crítica constructiva al estilo de vida neozelandes desde su “honesta” galería de arte en Crompwell. Aram, El holandés errante, con su guitarra flamenca que había vivido en Las Palmas. La pareja argentino-israelí que mezclaba la cocina con las relaciones sociales en medio de cabañas de alta montaña. Mis compañeros de barranquismo extremo irlandeses. Ivana y David, así como todos los personajes de ese minicrucero con los que compartimos opiniones sobre educación infantil. Santiago, el periodista naturista, budista, ciclista y su destartalada anfitriona,... un sinfín de historias.


Cada día nos alegramos más de la decisión de hacer un blog de viaje y nos compensa enormemente el esfuerzo que supone colgar las fotos, comentarlas y sobre todo, buscar internet de suficiente categoría como para permitir la transacción. Nos alegra, principalmente, porque creemos que la Felicidad no puede existir si no es compartida y vemos que muchos viajan con nosotros desde sus casas (o trabajos). Nos emocionan todos los comentarios y confirmamos la “teoría de la distancia relativa” : al final la distancia es una cuestión de tiempo y no de espacio. Nosotros pasamos mucho tiempo, quizás más que en casa, pensando en ustedes y eso, cuando es recíproco, te hace acercarte mucho más a las personas que te importan, así, incluso con kilómetros de por medio, puedes intimar con personas que conoces hace años porque las piensas, las interiorizas con mayor regularidad. Nos sentimos con el deber de mirar la realidad a través de los ojos de todos los que forman nuestro acervo emocional. Por supuesto también hay personas que se alejan y que el no-roce hace que se difuminen algo más, pero todo eso forma parte del proceso viaje (vital), que no es más que saber gestionar la pérdida de lastre que día a día vas sufriendo. Nos gusta poner, sobre todo, fotos que pensamos le puedan salpimentar el día a alguno/s de los blogespectadores (o cuanto menos, alegrar la vista), y nos reprimimos de hacer excesivos comentarios para que sea más ameno. Evidentemente, su objetivo no es provocar envidia, sino constituir un diario que nos haga más consciente lo vivido y perdurable su recuerdo (recomendable cuando se visitan tantos sitios) así como servir de nexo de comunicación con los queridos y de aliciente a los amantes de la trashumancia. Como todos los viajeros con fecha de vuelta, hagamos lo que hagamos, siempre sentimos que nos falta tiempo para conocer los sitios con la profundidad que nos gustaría, pero eso también es parte del aprendizaje.

Tener tiempo y kilómetros para reflexionar es una bendición. Grandes distancias se recorren en la mente cuando se está al volante o calzado para pasar el día “de pateo”, perdiendo la noción de cuánto tiempo es una hora mientras vuelan los pensamientos -y hasta las inventivas- multiplicando ese mágico momento que en casa es la ducha exponencialmente. Pero hay que tener en cuenta que dicha abundancia reflexiva también acerca a momentos o cuestiones de tu vida, quizás no pensadas o vividas con el detenimiento que debieran ( o sí) y, lejos de distanciarte, las revives y debates interiormente denuevo hasta la saciedad.

En un viaje tan largo la parte económica es importante y ya desde el principio teníamos claro cuáles eran nuestras prioridades. Transcurrido este tiempo, nos sentimos bastante cómodos prescindiendo de muchas “comodidades” y centrándonos en lo que nos ilusiona, de manera que todas las “pijadas” que nos permitimos conllevan otros muchos días de austeridad.

En cuanto a nosotros como pareja, sentimos que estamos en un momento muy especial de nuestras vidas tanto individual como compartida. Consolidando nuestro amor y nuestra convivencia sin interferir en el crecimiento personal de cada uno. Cuidándonos pero sin adoptar roles ausentes. En general, ha resultado bastante sencillo pues ambos somos de fáciles maneras (eso creemos) y nos gusta ver la ilusión propia reflejada en el otro. Lo más importante, sobretodo en estos casos donde se comparten 24h al día, en mi opinión, es entender el espacio y los silencios. Cada uno vive su propio descubrimiento y sus propias introspecciones. Hablamos mucho pero, más que nada, escuchamos el silencio vecino tanto como el propio... y nos sentimos a gusto en ellos. Cuando alguno interrumpe la divagación ajena, siempre, el comentario, es bienvenido, pues se trata de otra divagación en alta voz, frecuentemente paralela a la propia.

miércoles, 17 de marzo de 2010

TASMANIA


TASMANIA

La isla de Tasmania parece pequeña al lado del continente australiano, pero se trata de una gran extensión de bosques vírgenes y variopintos paisajes deshabitados. La mayoría, reserva natural. A nuestros ojos viene a ser como un resumen de Nueva Zelanda, pero llena de fauna visible.

Nuestra primera parada después de coger nuestra casa móvil, fue la bahía de Wineglass. Una gran parte de la costa es de granito rosa; dejando, a sus orillas, toda una gama de tonalidades rosáceas.

El día siguente nos sorprendió con un cielo completamente despejado.  El Freycinet National Park es una península boscosa que guarda preciosas playas de arena blanca.
Aquí una de esas calas que encontramos en el camino, muy apetecible con el caloruso día que nos perseguía.

LA concha

En la parada para el bocata nos topamos con un wallabí de Bennett (canguro pequeño) en la playa de Wineglass que esperaba las migas de algún alma caritativa. En toda la zona te piden que no los alimentes, pues contraen enfermedades degenerativas y malos hábitos de supervivencia. El susodicho wallabí, muy confianzudo, husmeaba los restos del plátano que acababa de comerme.

Vistas desde los Hazards (afloramientos de granito rosa de 485m) de la Bahia de Wineglass. Desde aquí se ven las dos mayores playas del Freycinet National Park, una península sólo accesible a pié.

Como nuestro amigo, el frente de bajas presiones, nos sigue desde Brisbane, encontramos cascadas pletóricas como ésta, de St Columba. Por otro lado, la lluvia y el frío eran considerables a pesar de estar en verano.

El demonio de Tasmania es chiquitín, pero abre la boca más de 100º, así que es un entrañable gran devorador. El mayor de los marsupiales carnívoros desde la extinción, en los años 30, del último tigre de Tasmania. Actualmente el demonio también está en peligro, acosado por un extraño tumor facial contagioso. Al morderse entre ellos (por peleas, juegos, disputas territoriales o gastronómicas) se lo pegan y en unos meses se encuentran completamente desfigurados y mueren por no poder comer. Una gran tragedia que la comunidad científica se afana en resolver, por ahora, sin éxito a corto plazo, así que han creado comunidades en cuarentena y otras aisladas del peligro, para mejorar la combinación genética de sus crías pues parece que su estancamiento es parte del problema. Por deferencia con Sicilia Dundee ponemos algunos contactos interesantes:
www.tassiedevil.com.au
Facebook: Save the Tasmanian devil program
www.devilsatcradle.com

Al mediodía los canguros no están pa´nadie. La siesta es sagrada. Al anochecer y amanecer se convierten en veloces criaturas que al cruzar la carretera te pueden poner en un apríeto. En las carreteras tasmanas ves toda clase de animales atropellados. El más simpaticote es el Wombat, un marsupial roedor tipo conejo-osillo que al ser más lento se lleva muchos topetazos letales. Solo pondremos su foto a petición popular.

Bosque “encantado” del río Flanklin.

El paisaje de Tasmania pasa de bosques de coníferas primigénias (foto anterior) a paisajes tropicales (pese a no estar en zona tropical) en pocos kilómetros.

Cascadas de Nelson. No tan altas pero mucho más espectaculares que las primeras, debido a las constantes lluvias que regaron la mayoría de nuestros días tasmanos.

Monumento en el centro de Queenstown, zona minera de la isla. Todo un ejemplo de rococó industrial de dudoso gusto.

El 4x4 de nuestros sueños. Techo desplegable para un camping “de altura”. Otra vez será.

Por fin se alejó la borrasca y pudimos disfrutar de nuestro trekking por el Parque Nacional del Monte Crudle y sus preciosos lagos del altiplano. Todo lo que alcanza la vista es territorio virgen y entusiasma pensar que puedes caminar o seguir el curso de un río durante semanas sin encontrar un atisbo de civilización.

Monte Crudle y Lago Dove de intenso azul.

Bucólica postal a orillas del lago Dove.

Sí, volvemos a los buzones curiosos. En la comarca de Wilmot parece que rivalizan en originalidad. Cada casa poseía una temática distinta en función, pensamos, de los hobies o quehaceres de sus dueños. Hay cientos, pero elegimos éste por ser ejemplo de como se pueden llegar a complicar en esta materia (a lo mejor es otra manera de reciclar).


Una cosa que repetidamente nos choca son los “drive in liquors” (este en Devonport, norte de Tasmania). Es un contrasentido, sobretodo teniendo en cuenta la gran cruzada antialcohol de las autoridades, que llegues con tu coche y lo llenes de botellas sin siquiera bajarte de él. Hay distintas pistas según la carga o la prisa que tengas.

Uno de los pocos parientes que le quedan al ornitorrinco es el Equidna, una especie de puercoespín antidiluviano con naricilla de oso hormiguero. Aquí lo vemos, algo tímido, intentando esconderse de la cámara bajo la hojarasca.

Cena homenaje en nuestro último día caravanil en Tasmania. A destacar el vinito de la tierra: un Pinot Gris (Ghost Rock), pues aquí (Au y NZ) los denominan según la uva, como en Francia. Estaba muy rico... todo.



martes, 9 de marzo de 2010

BAJANDO EL TROPICO


Cantando canciones en una mezcla eslovaco-canario-inglesa en la caravana de Ivana y David, con los que recorrimos muchos kilómetros.

Eugenella National Park... esperando a que algún Platypus (ornitorrinco) se dignara a aparecer. Al final de un buen remojón pluvial lo vimos, pero ya montados en la caravana.


Capricorn Caves. Nada del otro mundo en cuanto a formaciones geológicas pero interesante por ser de origen coralino.


En una sala llamada la catedral, donde se celebran bodas y todo, Ana, presionada por la concurrencia (a instancias de Ivana), tuvo que cantar para probar la sonoridad (al parecer perfecta) del lugar. Volveeeeeeer... preciosa canción que emocionó hasta al apuntador.


Just in la línea del Trópico, el fotografiador fotografiado.


Este pueblo con su playa arbórea se llama 1770 porque alguien posó su divino pié en esa fecha. ¿Adivinan quién? Claro que sí, el omnipresente Capitán Cook. Se trata de un pequeño pueblo con surf interesante... y tiburones y medusas también interesantes. De todas maneras, como pueden ver, una borrasca nos está acompañando todo el camino, dejándonos afortunados instantes de respiro para nuestras visitillas.



El arte natural de los cangrejoides orillerus es digno de elogiar. Sugerentes diseños que el azar de su labor pone a disposición de los homo paseantis.
De camino a a Bundaberg, nos encontramos con este panorama. Un campo de sandías destrozadas. ¿Sería empacho del granjero?,¿Mala cosecha? El caso es que estéticamente nos cautivó. Por supuesto, nos llevamos una sandía íntegra para compartirla en el hostal de mochileros. Y pudimos comprobar que no era por mala cosecha, pues estaba muy rica.


La zona, llena de cañaverales, es famosa por su ron pero, en nuestra opinión, lo mejor es su fábrica de Ginger Beer, un refresco de jengibre que está buenísimo.



Pero si algo nos traía a Bundaberg era ver nacer a las tortugas marinas en la reserva de Mon Repos. En sus playas, 3 tipos de tortugas vienen a desovar cada año, dejando un riego de más de 2000 nidos. Nosotros llegamos en el momento de la eclosión de muchos de ellos y pudimos ver como salen de entre la arena cientos de tortuguitas, llenas de fuerza y decisión para adentrarse en el mar y enfrentarse a la dura vida...¡qué poético! No volverán a estas aguas hasta dentro de 17 años.


Estas criaturas están llenas de fuerza, después de emerger de la arena, su instinto les conduce a moverse y a impulsarse todo el tiempo siguiendo la luz más baja que encuentren (normalente, el horizonte o el reflejo de la luna en el mar). Fue muy emocionante.. nada más hay que ver la cara.


Con las linternas apuntando al suelo, creamos un camino de luz hacia el mar, donde pudimos sentir entre los pies como iban avanzando. Fue una experiencia fascinante que por supuesto, recomendamos. Las fotos son bastante deficientes porque no estaba permitido el flash ya que las desorienta.


Hola! Como te llamas? Que haces por aquí tan solo? Ana buscando el príncipe verde.




De compras a caballo



A mis amigos farmacéuticos: Déjense de robots y fórmulas magistrales y monten un “Ruegos y Recetas” on the Road...es lo último!

Fraser Island: La mayor isla de arena del mundo (más o menos del tamaño de Fuerteventura). Un verdadero milagro de la vida. Con solo 120 metros de altura máxima, tiene ríos cristalinos y bosques tropicales con árboles que llegan a los 30m... ¡todo sobre un bancal de arena!

Reflejos en el lecho.
Barcos de otrora embarrancados (este en 1935) hasta que la naturaleza los consuma.

Dingo de Fraser. Hay que tener cuidado con ellos porque, a pesar de su aspecto inofensivo, pueden llegar a ser peligrosos. Está casi tan flaco como yo.

Lago McKenzie en el centro de Fraser Island. Todo purita agua de lluvia sobre arena de sílice a la temperatura perfecta... nos costó irnos de este paraíso.

Refugiándonos de las tempestades conocimos a Santiago (trotamundos original de Logroño) en la biblioteca, donde todos vamos a saprofitar internet. Nos invitó a cenar y a una hogareña charla. Foto familiar con Jazmin.

Byron Bay... más gente en el agua que fuera de ella, esperando que llegue el coletazo del tsunami.


Decidimos hacer noche en el interior y nos fuimos a Nimbi, sede del famoso Aquarius Festival del ´73. Muchos retales quedan del espíritu hippie de entonces. El sitio donde nos quedamos tenía alojamientos de distintos estilos para quedarse: desde un carromato gitano hasta una choza jamaicana (en la foto), una cabaña sueca, un tipi indio, una furgona,... muy original pero algo dejado. Si te levantas temprano puedes pillar a un wallabie (canguro pequeño) desayunando.


Los alrededores eran realmente bellos y poblados de criaturas vivientes. En este remanso del río se dejaron ver (pero no fotografiar) unos ornitorrincos.

Los frontis del pueblo de Nimbi son parte de ese legado.

Y también sus murales. A nosotros nos pareció que en otros pueblos de la región (pej. Mullumbimbi) ese espíritu era más real y en Nimbi más “turístico” y decadente.

Cascada en Nightcap National Park.